El
origen del cadejos se remonta a tiempos coloniales, cuando un joven libertino,
hijo de buena familia, malgastaba el estipendio que volcaban en él sus padres
para dedicarlo a juergas y francachelas. Estas reprochables costumbres
amargaban a sus padres, que en muchas ocasiones habían intentado convencerlo de
que cambiara de conducta, pero en vano. Finalmente, el joven fue malherido en
una reyerta entre gentes de baja estofa y acudió sangrando a casa de sus
padres, quienes se espantaron al ver que mientras la vida se le iba por la
herida, el muchacho sufría una terrible metamorfosis: su cuerpo se convirtió en
el de un perro enorme y negro, que pronto desapareció de la vista de todos para
no regresar nunca. Dicen hoy día que si a una persona se acerca el cadejo, es
porque abierta o secretamente lleva una mala vida, y es el deseo del perro, en
cuyo interior anida el espíritu del muchacho, que vuelva a la buena senda.
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